El busto de Nefertiti, la Piedra Rosetta, el Retrato
de Matthäus Schwarz…
Obras tan famosas como estas pueden ser visitadas en
algunos de los cuatro o cinco museos más prestigiosos del mundo. Éstos
concentran entre sus muros cuantiosas obras, reflejo de la sociedad que las
produjo, testimonio de la creación y la maestría de una época determinada.
Hablamos de las piezas que hacen célebres al British
Museum de Londres, al Louvre de Francia o al Museo Thyssen-Bornemisza de
Madrid. Se cuentan por miles los turistas que visitan anualmente estos museos, dejando
en sus arcas grandes cantidades de dinero, enriqueciendo de esta manera a unos
dueños del arte ilegítimos.
 |
Los estadounidenses vigilan un almacén con cientos de obras robadas por los nazis en Egillen (1945) |
No se trata simplemente de devolver las piezas,
puesto que el problema es mucho más complejo. A los constantes conflictos
diplomáticos entre gobiernos se une el inconveniente de que muchos de los más
ilustres museos se quedarían prácticamente vacíos, pues el expolio se remonta
al siglo XVIII, o incluso antes. A ello se uniría la cuantiosa pérdida de
ingresos económicos, como consecuencia de la redistribución del flujo de
visitantes.
Sin embargo, los autores más maquiavélicos se
preguntan acerca de la legitimidad de los Estados a la hora de reclamar las
obras expoliadas. ¿Grecia tiene derecho a reclamar a Gran Bretaña unas piezas
adquiridas antes de 1830, cuando todavía pertenecía al Imperio Otomano y no se
había configurado como Estado moderno? ¿Los estados americanos, surgidos en el
siglo XIX, tienen derecho a reclamar a España unas piezas adquiridas durante la
conquista que pertenecían a las poblaciones allí asentadas?
En mi opinión, todas estas teorías son muy
simplistas y discriminatorias, puesto que se alega una desconexión de estos
pueblos con sus orígenes, lo que les restaría todo derecho a emprender una
reclamación. De esta forma, parece que se le da demasiada importancia a la
vigencia de la pureza de las civilizaciones y de los Estados, sin tener en
cuenta que son sus descendientes, con independencia de los posibles cambios que
se hayan producido como consecuencia del devenir histórico.
Estas alegaciones no son válidas para sustentar el
derecho o no de estos Estados a reclamar dichas obras de arte. Y más cuando
dicho expolio no responde a la necesidad de su salvaguarda, sino a razones
injustificadas de violencia, masacre y conquista. Se roba todo aquello que
pueda ser motivo de retribución económica o de prestigio, desvalijando a las
civilizaciones de su cultura y de su pasado.
Sin lugar a dudas, el museo expoliador más conocido
es el British Museum, que ha forjado buena parte de su colección a costa de
múltiples países. Quizás el más caso más conflictivo sea el de Grecia y Egipto,
que desde hace décadas reclaman la devolución de su patrimonio cultural.
En el caso griego, se reclama la devolución de los
frisos del Partenón, usurpados en 1801 por el embajador británico Thomas Bruce
Elgin, aprovechando la débil situación por la que atravesaba el Imperio Otomano
en ese momento.
 |
Frisos del Partenón expuestos en el British Museum |
En Egipto, Zahi Hawass (secretario general del
Consejo Supremo de Antigüedades) mantiene una lucha constante con Gran Bretaña
para que retorne las obras egipcias, entre las que se encuentra la Piedra
Rosetta. También demanda el retorno de busto de Nefertiti al Museo de Berlín,
la estatua de Hemiunu al Museo de Hildesheim, el zodiaco de Dendera al Louvre
de París o el busto de Ankhaf al Museo de Bellas Artes de Boston.
 |
Hemiunu, faraón de la cuarta dinastía, hijo de Nefermaat y Atet |
No debemos olvidarnos del expolio llevado a cabo por
Francia y expuesto con orgullo en el Museo del Louvre. Desde las obras
artísticas del Renacimiento italiano, saqueadas en época de Napoleón Bonaparte,
hasta las obras egipcias arrebatadas por Champollion y otros arqueólogos.
En Madrid, el Museo Thyssen-Bornemisza posee al
menos 218 obras producto del expolio nazi. Dichas piezas fueron adquiridas
gracias a las relaciones de la familia alemana con el régimen nazi de Hitler. Entre
los vendedores de este arte se encuentra el nazi Karl Haberstock, al que se le
compró el “Retrato de Matthäus Schwarz”
de Christoph Amberger.
 |
Retrato de Matthäus Schwarz |
Lo mismo sucede con el cuadro “Calle San Honorato al mediodía. Efecto de la lluvia”, del pintor
Camille Pissarro. Dicha obra fue adquirida en la galería Joseph Hahn de París,
tras ser vendida a los nazis en 1939 por una mujer que necesitaba el dinero
para comprar el visado que la llevaría a Londres.
Concluyendo, todos estos museos llevaron a cabo una expatriación
artística sin precedentes, movidos por sus ansias de rentabilidad económica y
no por amor al arte. Ninguno de los museos mencionados desea devolver las
piezas, puesto que eso supondría la merma de sus colecciones y la reducción drástica
del número de visitantes, y con ello del dinero.
Algunos autores se oponen a la devolución de las
obras porque consideran que su valoración y protección está garantizada en los
museos expoliadores. Considero que este es un comentario muy fácil que se
arguye para evitar la devolución que tanto demandan los países expoliados. En el
caso de aquellos lugares que no dispongan de los medios necesarios para su conservación
y protección, se ha de promover el progreso y la mejora, para que así puedan disfrutar
de su propio patrimonio. No obstante, esa no es la situación de todos los
demandantes, ya que muchos países cuentan con todas las condiciones necesarias
para recibir, proteger y consolidar dicho patrimonio.
Al margen de todos estos conflictos, se trata de un
patrimonio mundial, testigo de la humanidad, que ha de ser disfrutado por todos
con independencia de su ubicación geográfica. No se debe ni puede poner
barreras al arte, si acaso sólo ventanas.
 |
"Muchacha en la ventana" de Dalí. |