domingo, 17 de noviembre de 2013

Hitler: pintor mediocre, ladrón de tesoros



A colación del último post publicado, me ha parecido interesante colgar el documental titulado “El expolio de Europa” que trata sobre los numerosos saqueos cometidos por el régimen nazi durante la Segunda Guerra Mundial. En este reportaje seremos testigos del robo, expolio e incluso destrucción de miles de obras de arte pertenecientes a los países europeos.

Polonia, Francia, Rusia e Italia vieron mermado su patrimonio artístico y cultural. Con el objetivo de evitarlo se emprenderán arduas tareas, como las acometidas por el Museo del Louvre o por los “hombres de los monumentos”.

Incluso aquellos que disponían de medios muy escasos o incluso nulos, como polacos o judíos, realizaron grandes esfuerzos con el objetivo de proteger y restaurar estas obras de gran valor.

Al menos 400 toneladas de arte fueron acumuladas por los nazis, junto con las reservas de oro del Tercer Reich, y que fueron descubiertas por los aliados tras ganar la guerra. Muchas de estas obras fueron devueltas a sus países originarios, mientras que otras nunca fueron reclamadas por sus dueños (muchos de ellos exterminados) o cayeron en manos de indeseables.

En la actualidad, todavía se desconoce el paradero de miles de obras arrebatadas durante la Segunda Guerra Mundial, cuyo destino final oscila entre la destrucción o la posesión en manos misteriosas.


El arte de robar arte



El busto de Nefertiti, la Piedra Rosetta, el Retrato de Matthäus Schwarz…

Obras tan famosas como estas pueden ser visitadas en algunos de los cuatro o cinco museos más prestigiosos del mundo. Éstos concentran entre sus muros cuantiosas obras, reflejo de la sociedad que las produjo, testimonio de la creación y la maestría de una época determinada.

Hablamos de las piezas que hacen célebres al British Museum de Londres, al Louvre de Francia o al Museo Thyssen-Bornemisza de Madrid. Se cuentan por miles los turistas que visitan anualmente estos museos, dejando en sus arcas grandes cantidades de dinero, enriqueciendo de esta manera a unos dueños del arte ilegítimos.

Los estadounidenses vigilan un almacén con cientos de obras robadas por los nazis en Egillen (1945)


No se trata simplemente de devolver las piezas, puesto que el problema es mucho más complejo. A los constantes conflictos diplomáticos entre gobiernos se une el inconveniente de que muchos de los más ilustres museos se quedarían prácticamente vacíos, pues el expolio se remonta al siglo XVIII, o incluso antes. A ello se uniría la cuantiosa pérdida de ingresos económicos, como consecuencia de la redistribución del flujo de visitantes.

Sin embargo, los autores más maquiavélicos se preguntan acerca de la legitimidad de los Estados a la hora de reclamar las obras expoliadas. ¿Grecia tiene derecho a reclamar a Gran Bretaña unas piezas adquiridas antes de 1830, cuando todavía pertenecía al Imperio Otomano y no se había configurado como Estado moderno? ¿Los estados americanos, surgidos en el siglo XIX, tienen derecho a reclamar a España unas piezas adquiridas durante la conquista que pertenecían a las poblaciones allí asentadas?

En mi opinión, todas estas teorías son muy simplistas y discriminatorias, puesto que se alega una desconexión de estos pueblos con sus orígenes, lo que les restaría todo derecho a emprender una reclamación. De esta forma, parece que se le da demasiada importancia a la vigencia de la pureza de las civilizaciones y de los Estados, sin tener en cuenta que son sus descendientes, con independencia de los posibles cambios que se hayan producido como consecuencia del devenir histórico.

Estas alegaciones no son válidas para sustentar el derecho o no de estos Estados a reclamar dichas obras de arte. Y más cuando dicho expolio no responde a la necesidad de su salvaguarda, sino a razones injustificadas de violencia, masacre y conquista. Se roba todo aquello que pueda ser motivo de retribución económica o de prestigio, desvalijando a las civilizaciones de su cultura y de su pasado.

Sin lugar a dudas, el museo expoliador más conocido es el British Museum, que ha forjado buena parte de su colección a costa de múltiples países. Quizás el más caso más conflictivo sea el de Grecia y Egipto, que desde hace décadas reclaman la devolución de su patrimonio cultural.

En el caso griego, se reclama la devolución de los frisos del Partenón, usurpados en 1801 por el embajador británico Thomas Bruce Elgin, aprovechando la débil situación por la que atravesaba el Imperio Otomano en ese momento.

Frisos del Partenón expuestos en el British Museum


En Egipto, Zahi Hawass (secretario general del Consejo Supremo de Antigüedades) mantiene una lucha constante con Gran Bretaña para que retorne las obras egipcias, entre las que se encuentra la Piedra Rosetta. También demanda el retorno de busto de Nefertiti al Museo de Berlín, la estatua de Hemiunu al Museo de Hildesheim, el zodiaco de Dendera al Louvre de París o el busto de Ankhaf al Museo de Bellas Artes de Boston.
Hemiunu, faraón de la cuarta dinastía, hijo de Nefermaat y Atet


No debemos olvidarnos del expolio llevado a cabo por Francia y expuesto con orgullo en el Museo del Louvre. Desde las obras artísticas del Renacimiento italiano, saqueadas en época de Napoleón Bonaparte, hasta las obras egipcias arrebatadas por Champollion y otros arqueólogos.

En Madrid, el Museo Thyssen-Bornemisza posee al menos 218 obras producto del expolio nazi. Dichas piezas fueron adquiridas gracias a las relaciones de la familia alemana con el régimen nazi de Hitler. Entre los vendedores de este arte se encuentra el nazi Karl Haberstock, al que se le compró el “Retrato de Matthäus Schwarz” de Christoph Amberger.
Retrato de Matthäus Schwarz


Lo mismo sucede con el cuadro “Calle San Honorato al mediodía. Efecto de la lluvia”, del pintor Camille Pissarro. Dicha obra fue adquirida en la galería Joseph Hahn de París, tras ser vendida a los nazis en 1939 por una mujer que necesitaba el dinero para comprar el visado que la llevaría a Londres.

Concluyendo, todos estos museos llevaron a cabo una expatriación artística sin precedentes, movidos por sus ansias de rentabilidad económica y no por amor al arte. Ninguno de los museos mencionados desea devolver las piezas, puesto que eso supondría la merma de sus colecciones y la reducción drástica del número de visitantes, y con ello del dinero.

Algunos autores se oponen a la devolución de las obras porque consideran que su valoración y protección está garantizada en los museos expoliadores. Considero que este es un comentario muy fácil que se arguye para evitar la devolución que tanto demandan los países expoliados. En el caso de aquellos lugares que no dispongan de los medios necesarios para su conservación y protección, se ha de promover el progreso y la mejora, para que así puedan disfrutar de su propio patrimonio. No obstante, esa no es la situación de todos los demandantes, ya que muchos países cuentan con todas las condiciones necesarias para recibir, proteger y consolidar dicho patrimonio.

Al margen de todos estos conflictos, se trata de un patrimonio mundial, testigo de la humanidad, que ha de ser disfrutado por todos con independencia de su ubicación geográfica. No se debe ni puede poner barreras al arte, si acaso sólo ventanas.

"Muchacha en la ventana" de Dalí.