No existe una única definición para precisar el
término “Patrimonio Cultural”. A lo largo de la Historia, este concepto ha sido
objeto de cuantiosos debates, tanto en el ámbito académico como entre el común
de los ciudadanos, que han tratado de concretar la verdadera significación del
mismo. Encontramos numerosas definiciones, entre las que destacamos las
siguientes:
María Ángeles Querol, catedrática de Prehistoria de
la Universidad Complutense de Madrid, define el Patrimonio Cultural como “el conjunto de bienes muebles, inmuebles e
inmateriales que hemos heredado del pasado y que hemos decidido que merece la
pena proteger como parte de nuestras señas de identidad social e histórica”.
Por otra parte, la Real Academia de la Historia precisa
el Patrimonio como “Hacienda que alguien
ha heredado de sus ascendientes”.
Sin embargo, estas propuestas presentan grietas en
su definición, pues todas son producto de la acción humana, quedando excluidos
los bienes de la naturaleza y que también son considerados Patrimonio.
En definitiva, el término Patrimonio presenta
variadas acepciones, pero todas coinciden en destacar la singularidad y
excepcionalidad de las mismas. Desde sus orígenes, la humanidad ha dejado
constancia de su presencia a través de la realización de obras arquitectónicas
(monumentos, esculturas…) y artísticas (literatura, canciones, bailes,
tradiciones orales, fiestas…) que con el devenir histórico se han elevado a la
categoría de Patrimonio Cultural.
De esta manera, los bienes culturales se erigen como
testigos de un pasado que nosotros debemos conservar y preservar dada su
singularidad y excepcionalidad en el presente, dejando de lado intereses
políticos o económicos y amén de la coyuntura social o temporal del momento que
se viva. Se trata de recuperar, proteger y reconocer estos bienes como regalo o
herencia de las generaciones pasadas y transmitirlas íntegramente a las
generaciones venideras.
No obstante, esta concepción platónica no se
corresponde con la realidad actual, ya que diariamente somos testigos de
ataques, destrucciones y violaciones de nuestro Patrimonio, tanto a nivel
nacional como mundial. A la falta de concienciación y educación de algunos
ciudadanos se une, en muchos casos, la falta de profesionalidad e hipocresía de
la que hacen gala ciertos organismos oficiales encargados de su custodia y
conservación.
En definitiva, el Patrimonio deber ser valorado y
respetado siempre, con independencia de la civilización que lo realizó, su
antigüedad, su ubicación geográfica o la complejidad de la obra en sí misma,
realidad que se extrapola también en el caso del Patrimonio Natural. Se hace
necesario informar a la población del valor del Patrimonio mediante un
conocimiento comprensible y accesible, para así atesorar los bienes mundiales,
con independencia de que sean representativos o no de nuestra propia cultura o lugar
en el que hayamos nacido.
Finalmente nos preguntamos para qué sirve el Patrimonio
Cultural. Al igual que sucede con las definiciones, nos encontramos una gran
multiplicidad de funciones o valores. Entre ellos se hallan el valor estético,
económico, educativo, político, documental e instrumental.
En mi opinión el valor estético tiene un matiz muy
personal, ya que la belleza de una obra varía de una persona a otra, por lo que
no se puede menospreciar o minusvalorar ese Patrimonio en función de su
apariencia estética o complejidad en su elaboración.
En cuanto al valor económico, corremos el riesgo de sobreexplotar
el Patrimonio Cultural de manera exacerbada, sin tener en cuenta su
preservación y cuidado. El turismo desmedido y los intereses monetarios no
deben primar sobre el valor intrínseco del propio Patrimonio, pues por encima de
todo se debe garantizar su supervivencia y mantenimiento. No obstante, es cierto
que en algunas ocasiones, el dinero aportado para su visita puede contribuir a
la financiación de su conservación y/o restauración. Sin embargo, esta aportación
monetaria tendría que ajustarse a la realidad económica de la sociedad, para
que todos los ciudadanos puedan tener acceso a la educación y la cultura
patrimonial. Por tanto, han de regularse estos mecanismos para impedir la explotación
excesiva y asegurar el acceso igualitario a todos los recursos patrimoniales
por parte de la población. De esta forma, el valor educativo del Patrimonio
queda garantizado y se logra la difusión de estos conocimientos de una manera
accesible y comprensible.
Por otra parte, la política interviene en su
tratamiento del Patrimonio, pues lo utiliza en función de sus intereses
políticos e ideológicos, tratando de influir en el pensamiento colectivo de la
población.
Por tanto, considero que por encima de estos valores
mencionados anteriormente, debe prevalecer el valor instrumental, documental y
educativo del Patrimonio Cultural. A pesar de ello, considero que el Patrimonio
ya tiene valor por sí mismo, con independencia de la información que nos
transmita, pues es el legado que hemos recibido del pasado, que nos vincula con
nuestros antepasados y raíces y nos permite vivir en el presente valorando
nuestra herencia.
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